Elizabeth Palacios. Presidenta AAPIPNA. Psiquiatra, Psicoanalista de Niños y Adolescentes

Cada pueblo aporta a aquellos que habitan en su seno una serie de tradiciones, mitos y leyendas, contenidos en sistemas religiosos e ideologías que hacen referencia y dan respuesta a problemas humanos inevitables que nos preocupan a todos. Estos mitos y tradiciones pretenden transmitir un modo de estar en el mundo con la intención de que nos vaya bien en la vida y que estemos a salvo en la comunidad que conformamos el conjunto de seres humanos que habitamos nuestro planeta.

Los sistemas religiosos monoteístas, en nuestro caso el sistema judeocristiano, da sustento a la gran mayoría de las tradiciones de las que participamos los españoles. Se nos habla de que en el período del Imperio Romano, Jesucristo nació en Belén como el esperado Mesías y que allí aparecieron unos seres maravillosos denominados Reyes Magos que trajeron valiosos regalos. En nuestra cultura actual son tres, de tres razas diferentes, pero inicialmente eran más y había una representación más amplia de las diversas razas y procedencias de la comunidad humana; este es el núcleo de verdad histórica que da asidero al producto de ficción que constituye hoy el mito de “Los Reyes Magos”.

Los mitos son construcciones humanas, ficciones organizadas sobre la base de una verdad histórica sucedida allá lejos y hace tiempo, que expresa deseos, temores y sufrimientos de los seres humanos intentando mitigarlos, y en otros casos explican hechos enigmáticos que pueden impactar a cualquier individuo en su vivir cotidiano generando desazón. Todo mito responde siempre a un anhelo universal. Las tradiciones se transmiten de generación en generación y cumplen diversas funciones, y entre ellas podemos encontrar funciones morales, educativas… durante el desarrollo en la infancia estructuran la mente y proveen también de andamiaje para la configuración de lo simbólico, incrementando la imaginación, la curiosidad y la capacidad de juego.

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¿Pero a qué anhelo responde el mito de “Los Reyes Magos de Oriente”? Seguramente al de desear tener o desear volver a creer en esos padres que alguna vez pensamos que teníamos, esos padres maravillosos, omnipotentes, omnisapientes y omniscientes que creímos nos ampararían de por vida de cualquiera de los peligros que se nos presentasen y en esto incluyo todos los posibles peligros. ¿Quién no desearía que no existiesen las guerras, que fuésemos inmunes ante las crisis económicas mundiales, que pase lo que pase tuviésemos trabajo garantizado para siempre o que casi sin trabajar, sólo haciendo lo que nos gusta, pudiésemos vivir de unos padres que provean? ¿No es eso lo que pretendemos plantear cuando exclamamos “Dios proveerá”? ¿O cuando acaloradamente exigimos a nuestros gobernantes nos amparen de nuestros males?

Una de nuestras más complejas tareas como padres en el crecimiento de nuestros hijos es la de colaborar en ayudarles a encontrar un sentido a la vida, para ello intentamos cuidarlos y arroparlos desde su nacimiento estimulando su imaginación, desarrollando su intelecto, resolviendo los problemas a los que tengan que enfrentarse, constituyéndonos en modelo de identificación para sus futuros posicionamientos en la vida y a la vez aportando una educación moral. La vida psíquica de un niño es influida de modo sustancial por la transmisión de las enseñanzas de los padres y en esto no sólo cuenta “lo que los padres dicen, sino lo que los padres son” como decía el pediatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott. Los padres muestran quiénes y cómo son en su hacer cotidiano y ese hacer va más allá de las palabras dichas. Los padres transmitimos el modelo normativo de una época, un modo de apropiarnos de las tradiciones, un modo de hacer valer un precepto moral. La tradición de los Reyes Magos transmite un modo de estar en el mundo, una enseñanza moral en la que si nos portamos bien obtendremos una recompensa en forma de regalo y ese regalo será algo deseado por el niño, algo que con antelación él o ella han expresado desear tener.

imagesAcabo de comentar que los padres transmiten el modelo normativo de una época, pero también transmiten el modo en que ellos se apropian de ese sistema normativo y aquí podemos incluir la amplia gama de apropiaciones personales que en cada sistema familiar se realiza del mito: se puede premiar aún sin haber mostrado el esfuerzo solicitado; se puede dar el regalo que el niño no pidió y que a los padres les pareció oportuno; se puede no premiar aunque se haya esforzado el niño porque no creen los padres que el esfuerzo haya sido suficiente aunque el niño ha hecho todo lo posible…y todas las versiones que deseen poder incluir en esta lista. Cada uno de estos posicionamientos y modos de hacer genera sus inevitables consecuencias en la estructuración de la mente del niño. Cada uno de estos posicionamientos son sistemas de pensamiento dotados de una lógica y una lógica que intenta regular el comportamiento del niño y tiene una función explicativa compartida por unos individuos inmersos en una cultura familiar y una cultura más amplia transubjetiva aportada por las lógicas e ideologías de la época que toca vivir.

¿Por qué estamos todos dispuestos a participar de estas tradiciones, padres, niños, jóvenes y abuelos? Llegan estas fechas y parece que nos sintonizamos en ese dial en donde fantasía y realidad parecen entrar en una especie de escenario lúdico. Películas nos lo recuerdan, la escenografía callejera, las cabalgatas de Los Reyes Magos en cada ciudad llenan de algarabía sus calles con carrozas y espectáculos que recuerdan cuentos tradicionales llenos de magia y belleza, esos que nos recuerda la empresa Disney diariamente con sus impresionantes campañas publicitarias. Están también los escépticos y los que por dolores de la vida desean que las fiestas se esfumen, cuestión que siempre tiene que ver con la pérdida de seres queridos o con alguna separación dolorosa que hace quebrantar todo su ser y desistir de ese deseo consustancial al hombre de que alguna vez hubo unos padres maravillosos o de que pudo haberlos. Los graves dolores que nos aporta la vida que nos toca vivir muchas veces socaban las bases más profundas de nuestros más humanos deseos y creencias.

Pero como nos cuenta el Mr. Scrooge de Dickens, en algún momento se puede volver a reparar ese sentir y esa creencia mientras podamos mantener nuestro deseo de vivir. Todo ser humano, en el mejor de los casos, al advenir al mundo después del trauma del nacimiento en la sala de partos será abrigado y protegido por los brazos de la cultura a través del afecto y la ternura de sus seres queridos. Le darán sostén ante su desvalimiento e indefensión y lo introducirán a un mundo simbólico. Si somos sostenidos de modo suficientemente bueno, al decir de Winnicott, en nuestros momentos iniciales de desvalimiento, tendremos asegurada nuestra entrada al mundo de la pretendida salud mental. El niño es así protegido y a la vez incluido en un sistema de valores.

De esta necesidad inicial de protección nace el sentimiento religioso. El sentimiento religioso se engendra en la necesidad de soportar el desvalimiento infantil. Los sistemas religiosos ofrecen premisas destinadas a calmar la angustia del sujeto ante los peligros de la vida, dan respuestas a la humanidad acerca de lo más íntimo de su ser y colaboran en soportar los dolores más intensos que la vida nos pueda proveer. De aquí todos los mitos y tradiciones que se desprenden de sus formulaciones y entre ellas la de Los Reyes Magos. ¿Por qué estamos todos dispuestos a sostener a Los Reyes Magos en su permanencia año tras año? Porque en la vida anímica, tal como Sigmund Freud nos ayudó a comprender, nada puede sepultarse de una vez y para siempre, todos nuestro deseos y frustraciones infantiles se conservan en nuestro psiquismo, lo pasado persiste para siempre y reaparece de múltiples formas, en los sueños, en los aspectos lúdicos de las tradiciones en los que participamos en estas fechas y en nuestros deseos más profundos que hacen que deseemos permanecer vivos para que quizá en alguna medida, a través de algún hijo o alguna otra obra podamos sentir que hay posibilidad de que estos antiguos deseos del pasado se reactualicen.

Podéis entonces deducir por qué nos comprometemos con tanta pasión en colaborar en construir el futuro de nuestros hijos y cómo tradiciones como la de los Reyes Magos, esos que trajeron tan maravillosos regalos a un pobre niño cuidado por unos pobres padres, en un perdido portal de un minúsculo sitio llamado Belén nos convoca a mantener su vigencia.