Por Juana Morelli, presidenta de AAPIPNA

La Guerra Civil española (1936-1939) ha supuesto un dolor, una fractura que se ha transmitido de una generación a otra, como de una forma simbólica se transmiten los restos radiactivos (Yolanda Gampel).

En Aragón tenemos muchas huellas físicas, pueblos destruidos, abandonados que son testigos del dolor causado de unos contra otros, del horror de la violencia ejercida entre vecinos de un mismo pueblo, entre familiares, amigos. En definitiva, de una guerra fratricida.

En consulta podemos rastrear el dolor de los descendientes de víctimas que vivieron situaciones traumáticas derivadas de esta guerra. Hoy quisiera contaros un caso de una persona de 65 años, hijo y nieto de dos mujeres que vivieron acontecimientos dramáticos durante la Guerra y la posguerra, donde la muerte, el hambre, el silencio y el miedo marcó sus vidas.

Caso:

En mayo de 1939, un mes más tarde del final de la Guerra Civil, la guardia civil fue a buscar a Isidro a su casa. Ya nunca más volvió. Su mujer contó que había sido camillero de la Cruz Roja durante la Segunda República.

Entonces, ella comenzó a vestir de negro al igual que su hija Isabel -que tenía 14 años-. Poco después, otro hijo de María falleció no se sabe muy bien de qué. Quizás la melancolía se mezcló con una infección que le causó la muerte; mientras María y su hija fueron enlazando duelos, siempre vestidas de negro.

Joaquín tiene 65 años y acude a consulta sumido en una profunda depresión. No sabe qué le pasa. Su madre Isabel falleció hace siete años, y desde entonces siente una tristeza que lo paraliza y que no sabe como tramitar. Joaquín dice en consulta: “A mi abuela siempre la recuerdo vestida de negro, se le murió mucha gente y ella iba enlazando luto tras luto”

 yo intervengo y le señalo que quizás a él también le ocurre lo mismo, que va enlazando duelos.

Joaquín también vive su dolor emocional en el cuerpo y siente un dolor físico persistente que le impide llevar una vida mínimamente activa. Un sujeto aquejado de melancolía puede percibir dolor en su cuerpo o en su alma-psique o en ambas a la vez. En el caso de Joaquín, el dolor habitaba su cuerpo y su psique, ocupándolo todo, inundando su vida de pena y melancolía.

En este caso el dolor estaba unido a una ruptura psíquica imprevista que se transmitió y penetró en su psiquismo sin ningún control sobre el inicio, la implantación y sus efectos.

Este dolor se manifestó como un incapacidad para elaborar el duelo producido por la muerte de su madre, por un dolor corporal y como una devastación emocional.

El caso de Joaquín demuestra que las historias y los conflictos personales se hallan entrelazados con los conflictos y la historia de un pueblo y que la patria que debería actuar como una madre contenedora en algún momento se convirtió en algo amenazador, peligroso y persecutorio.

Al final de su terapia Joaquín pudo reconocer que su madre estaba enferma: “He comprendido que mi madre siempre estaba enferma aquejada de múltiples males que nunca llegaban a sanarse porque la raíz de su dolor era muy profunda y yo ahora agradezco que nos contara tantas historias de aquella guerra, que mis hijos llamaron la Guerra de la abuela”.

La Guerra Civil española ha dejado huellas profundas en la que la historia individual y la colectiva se entrecruzan notablemente, estos efectos se han sentido en generaciones diferentes y quizás a esta tercera generación le corresponda historizar, elaborar y sanar definitivamente la fractura y las heridas de este realidad histórica.

Gampel, Y. (2002) El dolor de lo social  Psicoanálisis 24(1/2): 17-43, oct. 2002.

Lee el reportaje anterior: Palabras para después de una guerra.