MARIA TERESA MUÑOZ GUILLEN
Artículo por: Sara Martínez Aldea
La existencia del desgarro relacional de los niños en la actualidad conforma raíces correlacionales de unos padres desbordados con su “quehacer” parental. Los infantes adolecen de afecto sobre unos padres con una base parental no tan sólida; sin embargo, las figuras parentales son esenciales para el psiquismo infantil. Son intolerantes a la frustración y a la capacidad de espera: tiene cabida la omnipotencia, el YO grandioso, reclamando constantemente aportes narcisistas. Si no hay objeto receptor de la pulsión en la búsqueda de sensaciones, el bebé se evocará a la autodestrucción: si no hay límites, no hay canalización.
En la actualidad, mientras el niño tiene un sinfín de objetos, coexiste por otro lado una carencia de la figura paterna. Nos encontramos hoy ante una sociedad consumista, “madre” de la satisfacción del “aquí y ahora” y evocadora de la intolerancia a la frustración que hace que los niños no lleguen a hacer historia con la propia historia sobre la figura objetal escogida; se trata de niños frágiles y caprichosos, convencidos de que alguien les tiene que aportar la felicidad.
Esa omnipotencia de la que hablamos, no tolera la castración: el niño recibe objetos que taponan la tolerancia a la frustración. Se daña al adolescente si no se le deja crecer al SUPERYO tanto protector como inhibidor.
Encontramos casos en el que los padres toman el papel de hijo e hijos que toman el papel de padres: esto es, “parentificación” (Cabe citar en este contexto a la parentalidad líquida de Zygmund Bauman: aquello de lo que se tiene necesidad (objeto) impide la autonomía). Esto concierne a que la búsqueda desesperada del objeto que nunca se tuvo o tuvo fragmentado, se convierte en odio. Para finalizar, cabe citar a Piera Aulagnier y su “patología transgeneracional” que explica que aquel trastorno no resuelto, se invisibiliza y se encripta, obligando al niño a vivir algo que no es suyo.
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